La comedia de Dios: el viejo traje del emperador

Le 01/01/2020 0

Dans ellas y ellos

Me confronté a ésta película por insinuación de alguien. De ese desconocido con el que compartimos el tiempo infinito de un week-end, de pasión y de emoción y de desencanto súbito. No pensando en amor eterno, sino sólo en ese placer de cuerpos que se conocen y que se acompasan a los pensamientos que poco a poco se empiezan a revelar y que rápidamente se empiezan a rebelar también, con más desencanto que entusiasmo. Recuerdos de un placer pensado, imaginado, proyectado, exactamente eso… Mi intuición es que se trataba de un artista torturado. Torturado por adecuarse a ese rol del artista torturado. Cuestionando cada uno de mis pensamientos, deconstruyéndolos y mezclando para ello la teoría francesa, con la alemana y con algo de su propia creación. Por vocación. Creyendo que la constatación de la muerte de Dios entrañaba todavía algo de sublevación o de anarquía o de rebeldía. Creyendo que la insurrección de la que se creía dotado debía ser un carácter absoluto de su genio.  O que la construcción de su obra y del concepto de belleza que lo animaba se hacía a expensas del mundo, de éste mundo, sólo por el efecto de su sola verdad.

Me la describió como un chef d’œuvre. La comedia de Dios de João César Monteiro, João de Dios (alter ego de algún pequeño delirio de grandeza, aunque honestamente, a éstas alturas, quien podría reivindicar un nombre parecido?), habla de estética, de subversión, me decía. Los críticos iban aún más allá. Una propensión al genio. Un sátiro irreverente. El fiel reflejo del expresionismo alemán. Los estudios, iban aún más lejos: hablaban de subversión social y de culto a lo femenino… culto a lo femenino? Subversión social? La historia es netamente masculina, contada por un hombre venido a menos o a más, los delirios de un heladero y la estética de un juego de niños, de un “ritual” entre una de niña de catorce años y un viejo que colecciona vello público. Si la comparación con Nosferatu aguanta es sólo por su figura lánguida y alargada. El vampiro es una figura mítica en la historia del cine y Mourneu le acordó ese carácter único que ha hecho sobrevivir tanto al personaje como al mito. El Nosferatu de Monteiro, no es de ninguna manera una exaltación, es más una sublimación porque se reduce a las fantasías de un viejo que da vía libre a su deseo. Ni con una alta dosis de sarcasmo podríamos pensar en un culto a lo femenino. Un deseo, egoísta y pedófilo que no sacraliza ningún femenino sino que lo violenta, sacralizando justamente esa imagen que el más intríncado patriarcado erige como el culto a lo femenino. Porque no es la mujer que expresa su deseo, la mujer es apenas una niña que se presta a un juego del que apenas comprende su envergadura. Ni el castigo que sufre el protagonista al final a manos del padre de la niña puede quitarnos ese sinsabor de que ese viejo nos compartió, mejor, nos impuso, su simple deseo. Soy redundante porque la película es redundante en cuanto a eso. Lo deja claro. Cuando se lo dejé claro a la persona que me había recomendado la película, la lista de adjetivos fue larga para calificar mi parecer: inocente, ignorante, sin estética, una opinión de alguien que no conoce el séptimo arte. Era de esperarse, concluyó con una suerte de conmiseración, atribuyendo mi incomprensión a mi herencia católica. Está en tus venas, me dijo, recalcando eso como una gran diferencia entre el y yo.  Ves a Dios en todas partes y eso te impide otro tipo de crítica – me dijo. Pero la película se llama justamente la Comedia de Dios repliqué…

En Francia, en éste momento, la actriz Adèle Haenel denuncia el acoso sexual y los manoseos de los que fue víctima de parte del director de cine Christophe Ruggia, cuando tenía 13 años y actuaba en su primera película. Les Diables. Exacto. Los Diablos. Pero no justamente por el perfil irreverente y contestatario, sino por la provocación. Pero una provocación que era la suya propia, la de él, en primer y único lugar. Su egocentrismo y su deseo que lo llevaron a concluir que él la había descubierto. Adèle nos lo aclara, sin embargo: “Ruggia cree que fue el hombre que me descubrió pero fue el hombre que me destruyó”. En femenino. La historia de ella, de todos los sentimientos atesorados durante todos esos años tratando de entender, en silencio, lo que le pasaba, lo que pasaba por su cabeza y por su cuerpo. . Y que no merecía, y que no entendía. Dándole formas. Torturándose con todas las culpas que se echó encima.

Cuando era niña mi madre solía leerme un cuento: el traje nuevo del emperador de Hans Christian Andersen. Un cuento para dormir. Aún recuerdo lo esencial o lo que me pareció esencial tal y como quedó grabado en mi memoria. Porque hay cosas que se quedan indefectiblemente grabadas en la memoria. Son huellas.  Un hombre rico y que dirigía un país o una región y que tenía el respeto de su pueblo, anunció que le habían confeccionado un nuevo traje. En una ceremonia colectiva había planeado presentarse con su atuendo. En el día señalado, en medio de un desfile, el hombre se habría paso entre la admiración de la gente que no dejaba de elogiarlo.  A medida que mi madre me leía el cuento y más adelante cuando yo misma lo leía, me gustaba contrastar las imágenes con el relato para reparar lo que era evidente y que finalmente vino por boca de un niño: está desnudo. No lleva traje. O el traje era invisible. En el relato, la gente lo repetía sin querer por tanto asumir la responsabilidad: un niño dice que está desnudo, que el emperador está desnudo. Tal vez ha llegado ese momento de anunciar a gritos que aquellos que se toman por emperadores, que necesitan del elogio del pueblo o de sus pares, están desnudos, que no hay más traje estético que los cubra, que ya no hay juego, simplemente porque no existe. El momento de le evidencia simplemente. Sin miedo.

 

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