Inimaginable

Le 18/05/2020 0

Dans fotosíntesis: Historias de la Ruda

Su madre volvía de la verdulería del barrio. Un protocolo que se realizaba siempre a dos, tres veces por semana. Pero ésta vez estaba disculpada por sus dolores menstruales. Así que a su llegada, la ayudó a arreglar todos los alimentos en el refrigerador. Para pasar luego a la preparación. El rol de asistente que le era asignado a Sabina en las labores de la cocina no le convenía realmente. Prefería crear. Inventar nuevas cosas. Asociaciones. A riesgo de decepcionar los principios básicos de la comida familiar. De las costumbres. Tampoco se imaginaba sin embargo, en las labores mecánicas que su padre repartía a cada uno de sus hermanos religiosamente para los sábados y los domingos. El viejo taxi de los 80s era un excelente laboratorio de experimentación. De todas formas nunca le había sido propuesto. Tal vez necesitaría dicha experiencia cuando comprara su primer carro, primera señal visible de la ascensión social. Porque el equipo de sonido con los parlantes ultra potentes ya no era ninguna señal. Se había convertido en el elemento de poder que enfrentaba a cada uno de sus vecinos en las mañanas de vacaciones, a ritmo de reguetón, y por supuesto, de vallenatos de todos los tonos. Aunque el repertorio podría incluir merengue también, placer de los poco avezados en el baile, o la salsa, que presuponía otro tipo de ascensión social.  En su casa en todo caso, tampoco escapaban a ese ritual.

- Tal vez ni siquiera quiera tener un carro. Igual no sé nada de mecánica. – dijo, haciendo su pensamiento palabra e interrumpiendo el momento solemne del café de las 4 de la tarde.

- Si, si, cuando sea el momento indicado lo necesitarás. Y no te preocupes por las cuestiones de mecánica – dijo su padre con ese halo de misterio del que conoce perfectamente lo que va a suceder.

- No me lo puedo imaginar – dijo Sabina, pareciendo más segura que la sentencia que acababa de escuchar. Era verdad. Era sobretodo de una sinceridad extrema. Había cosas que no aparecían en el horizonte tan vasto e infinito de su imaginación. No en ese presente, en todo caso.

La conversación seguía girando en torno a los carros. Pero podría perfectamente aplicarse a tantos otros aspectos. Era singular y universal. Ahora recordaba aquella película sobre la mécanique du cœur.  Hasta para el amor podría funcionar. Su reflexión fue interrumpida por el sonido grave del teléfono en la sala y la voz de su amiga Renata. Quería verla. Podría pasar a visitarla a su casa. 

- Estoy embarazada. – le dijo Renata, luego del saludo emotivo que se dieron.

- En serio? Era la expresión de Sabina cuando el repertorio de las palabras se agotaban. Para darse ese minuto de silencio. Quiso leer un poco en las emociones de su amiga. Sólo para saber si debía felicitarla, o por el contrario, debía sentirse agobiada y dispuesta a todo para consolar a su amiga… o para actuar. Se confortó con la mirada de felicidad y optimismo que le devolvió Renata.  

- Te imaginas? No lo puedo creer. Será el inicio de muchos cambios y desafíos.

Exacto. Sabina iba a comenzar con el inventario de las razones sociales, familiares y económicas que intervendrían en su contra, a sus dieciocho años, como le habían enseñado la mayoría de las telenovelas latinoamericanas, donde siempre estaba presente. Había aprendido así que el embarazo podía ser una cuestión de chantaje que jugaba siempre en contra del hombre. Pauvre naïf. Cuando se trataba de la protagonista, quien no podía escapar a ese destino, los desafíos se presentaban del tamaño de Hércules y sus trabajos, ni más ni menos, sólo para justificar el desenlace final consistente en tener a su hombre y tener el fruto de su amor, soñado, sacrificado, forever…

Prefirió una pregunta corta para comenzar. -Y Antonio ya lo sabe? -

- Si. Fue el primero en enterarse. El y su madre están felices. Siempre quiso ser abuela joven.

- Y tú ?

- Ahora me siento feliz – dijo, como si el momento del pánico ya hubiese pasado. Sin estragos. - Paso mis días a pensar en el momento exacto en el que mi vientre va comenzar a crecer, mis senos, me imagino el momento en que no podré ver mis pies. El momento de dar a luz. He leído tanto sobre la transformación del cuerpo. Es mágico. Es casi un proceso alquímico. De transmutación, …

Sabina no escuchaba más. Su pensamiento se diluyó en un espacio vago después de esas primeras palabras. Pudo vislumbrar ese momento único y místico del que Renata hablaba. Sólo por un instante. Se acompasaba bien con el carácter de resiliencia de su amiga, pensó. Y el gusto que siempre había tenido por los rituales. Cuando volvió a la conversación, Renata estaba concluyendo.

- Te imaginas? Te lo imaginas? - repetía Renata con el corazón  en la mano, compungido por la emoción.

Sabina dudó bastante antes de responder porque la respuesta era no. Definitivamente no se lo podía imaginar…

 

Ajouter un commentaire

Anti-spam