Bajaba como agua en un filtro repleto de turbulencias...
Se quedaba siempre en el medio...
En el medio del deseo, en el medio del dolor, en el medio de la incomprensión...
Quedaba siempre tendida, con la soledad deshabitándola en ese instante en el que llegaba, ella, su sangre, la que debía ser su aliada, pero no lo era. Recuerda que para decírselo a su madre tuvo que armarse de valor. Porque no había cómo decirlo. Era un secreto y al mismo tiempo su dolor se encargaría de anunciarlo todos los años a toda su familia. Pero el momento de decirlo fue incómodo. Sobrepasaba todos los límites de la relación tal como se había presentado. Se trataba sin embargo, de una relación sin turbulencias. Dulce, en todo caso, sea lo que sea que eso quisiese decir. Ávida del deseo de acercarse cada vez más, pero con la barrera de la lengua, no de la lengua materna sino de la otra, la de no encontrar qué decirse, cómo decirlo en todo caso, porque muchas generaciones atrás ya la habían estatuido de esa manera, porque estaba inscrito, más allá de la piel. Con todo el silencio de por medio.
- Mamá me ha llegado eso – dijo tímidamente Sabina, interrumpiendo a su mamá en las labores del trabajo de la casa.
- Ah – exclamó ella. Vamos a ver eso entonces – dijo sorprendida. Sabina no pudo interpretar ningún otro sentimiento en ella. Aunque podía sentir que ella estaba conmovida, simplemente decidió no creer en esa emoción porque de todas formas las emociones estaban apagadas. Yacían en el cuarto de san Alejo, objetos cristalizados en escombros que no se decidían a convertirse en polvo.
Sabina no pudo controlar la incomodidad. Sería lo único que retendría de esa primera experiencia. El dolor vendría progresivamente, no suavemente sino de una manera brusca, buscando instalarse en lo más profundo de sus entrañas. Avisándole…Se aferró a la ruda con todo su ser…Era la idea de su madre y de su abuela y le gustaba la idea…pero no fue suficiente.
Ahora en el camino a la facultad la invaden esos recuerdos. Sigue pensando en lo innecesario de su discusión con Ángel. No era necesario desgastar a ese punto las palabras, tratando de aprisionar el sentido exacto. No era necesario apretar tanto la mano y dejar que la arena se escapara tan rápidamente. Pero lo hizo. Después de la discusión, y no satisfecha con eso, le dejó aquella carta, para expresarle aún más su confusión y su dolor y su incomprensión frente a la situación, y lo mucho que lo amaba y el tormento que era imposible de evitar ahora, y su posible explicación. Pensó que era lo correcto para desenredar las cosas, las ideas al menos y en consecuencia la relación. Era eso, todo se cifraba en las diferencias culturales. Había decretado que se trataba de algo cultural, de la manera cómo le habían enseñado a vivir una relación de pareja. Eso explicaba todo y dejaba claro que había cosas que no podían explicarse. Pero debía tratar al menos. El tenía que saberlo, de todas formas, el que venía de Europa, debía entender que era indefectiblemente otra cosa en los países del Sur. Que estaba la familia y las herencias en la piel y aquella cosa que muchos llamaban la retención emocional.
No era su culpa, ella necesitaba de la palabra tanto como la palabra necesitaba de ella. Sin embargo, él había considerado ese derroche como una muestra de histeria, o como parte de una historia que no quería conocer. No podrían obligarlo a ello. A ella.
Lo vio a lo lejos arrellanado en el magnífico árbol de ceiba plantado en medio de todo el verde que rodeaba su facultad de ciencias políticas. El plantado, pegado a él. Era una señal, definitivamente. Recordándole las noches de carajillo y de Anacaona y de ritmos en los que se habían perdido detrás de ese árbol donde empezaba un poco de foresta. Además, no estaba para otra cosa, necesitaba solo buenas señales. Todo le pesaba, su cuerpo le pesaba, la decisión de quererlo y de no dejarlo ir le pesaba aún más, pero ya estaba decidido. Se acercó sigilosamente tratando de abrazar el árbol completo y a Ángel con él, pero se dio cuenta que no estaba sólo.
- Hola, esbozó tímidamente.
- Hola, respondió él, sorprendido ante el gesto infructuoso de Sabina.
- Hola Sabina, respondió la chica que estaba con él.
Lucía. Un par de encuentros en el baño de la facultad. Ligera, ligera, era la única palabra que ahora le venía a su cabeza. Ella habló un par de cosas más y se despidió cortésmente. De él, con un beso, en el entredós, en ese pequeño hueco que se abrigaba entre la mejilla y los labios. Cuando sonreía. Pero no era para ella, era para Lucía esa sonrisa. Podría haber deseado no amarlo en ese mismo instante, porque todo se le hacía evidente. Porque bastaba sólo con ver su expresión, la de él, para entenderlo todo. Pero desechó esa idea por inapropiada y se empeñó en demostrarse lo contrario. En demostrarse lo contrario. Al fin y al cabo, ¿no había que luchar por el amor?
- La circulación de la sangre, la cuestión de las transfusiones, la sangre y el humor, la sangre que no encuentra el camino, las teorías alrededor de la sangre, el misterio de su recorrido – ya lo he entendido – dijo él firmemente. Firmeza detrás de la cual quería resguardarse. Ella pudo haber hecho todas las analogías en ese instante preciso y trocar definitivamente el rumbo trazado, pero antes de todo prefirió la abstinencia.
- En el siglo XVII la sangre era considerada como objeto de una renovación espontánea. Se pensaba que nacía en alguna parte y moría en otra – completó Sabina queriendo guardar el tono y el ritmo de la conversación.
Pareciese como si dar ciertos indicios estuviese prohibido. El juego consistía en eso en todo caso. Del lado de Sabina, no era el momento, no debía ser el momento porque se sentía pesada, porque no quería reconocer que todo ese verde jardín alrededor de la fac que le producía calma y placer al recordarlo, cambiara de lugar en su memoria para convertirse en un albergue de angustia y de desilusión. Pero pasaba. Las cosas estaban pasando a pesar de ella.
- Tal vez deberíamos enfatizar en la transformación de la problemática alrededor del manejo político de la cuestión de la transfusión – dijo Sabina, queriendo decir algo más. Queriendo decir otra cosa, queriendo que ese instante de comprensión mutua se volviera el instante de comprensión mutua que ella deseaba.
- Podría ser pertinente pero el tiempo es demasiado corto. Tenemos la necesidad de ser precisos. A propósito, no querría evocar el tema pero creo que lo estás esperando. No creo que sea conveniente que sigamos saliendo juntos.
- No estaba pensando en eso, pero ahora que lo mencionas creo que tienes razón – yo también quería decírtelo, pero me distraje.
- Ok – dijo finalmente Ángel un poco desconcertado. Parecía que se hubiese preparado para una larga discusión y solo pudo esbozar un leve respiro cuando se percató que el final todo se presentaba de forma tranquila. No había imaginado las respuestas, solo un largo memorial de agravios pero había decretado también que su única protección sería el silencio. Una semana saliendo juntos no ameritaba tanto derroche.
No hubo imprevistos en la exposición. La palabra fluyó en abundancia, nada nuevo que decir, todo estaba calculado ya desde el inicio. Sabina salió sin decir palabra. Su cuarto, su refugio de 15 metros cuadrados no le fue suficiente. Rápidamente buscó su máquina de escribir, pérdida en algún lugar entre su cama y la pila de libros que la rodeaba. Le gustaba hacerlo a la antigua, interpretando la dificultad como prueba de éxito. Por esa misma razón no utilizó su teléfono. Demasiado simple pensó. En el espacio de dos horas le cedió todo el espacio a la angustia. Tenía mucho que decir sobre ella, sus emociones, las emociones en general, la razón de la falta de compatibilidad, de la falta de empatía, la falta en general. Se dedicó a volverla argumento, a moldearla, a delinearla para que cupiera en ese fragmento de papel que juzgó demasiado vacío, aun después de que decretó el final de su carta, justificándose toda ella, completamente ella, la ruptura. La depositó en la primera oficina de correo abierta, sabiendo de antemano, la incertidumbre que rodeaba el misterio de la correspondencia en su país. Siempre aleatorio. Podía llegar o podía no llegar. La semana siguiente, cuando se cruzó con la sonrisa de Ángel en la fac, seguida de un caluroso saludo, no le cupo la menor duda: definitivamente la había leído. Eso le procuró un sentimiento de tranquilidad.
Ajouter un commentaire