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Touchée

Le 12/05/2020 0

Dans fotosíntesis: Historias de la Ruda

Sabina se arrellanó suavemente en el sillón de cuero situado a la entrada de la peluquería. No era uno de los lugares que frecuentara, pero tenían un pequeño ritual con Clarisse, de viernes a la salida la universidad. Una vez por mes. Mientras esperaban, veía cómo Clarisse se sumergía en los intrincados detalles de la vida pasada de los otros.  Pasada, porque todas esas revistas desplegadas en la mesa de centro, databan de meses atrás, de relaciones que habían, entretanto, cambiado con la ligereza y la velocidad de la vida que no da espera, que se evalúa según el movimiento, la fuga…

- Puedes pasar enseguida – dijo súbitamente Clarisse, cuando vio que una de las personas había cumplido el protocolo y se aprestaba a salir.

- Preferiría que fueras tu primero, si no te importa – dijo tímidamente Sabina, pretendiendo que Clarisse entendería las razones.

- Mi madre me ha dicho que no me deje cortar el pelo de una mujer. Podría tener la menstruación -. Clarisse la miró sin entender y procedió a ubicarse en la silla para dar inicio al ritual.

Esa mirada que Sabina interpretó como acusadora, la había sumergido en una reflexión acerca de las consignas de su madre. ¿Aplicaría también para las relaciones de pareja? ¿Para las caricias sexuales? ¿entre mujeres? De pronto se imaginó que no se trataba sólo de las peluqueras, que podría ser ella la causante de eso que podría denominarse un mal de ojo, algo que se lanzaba sin que supiese muy bien el mecanismo de transmisión. Como un virus que se propagaba. ¿Estaría comprometida la idea del tatuaje que desde hace días venía rondando en su cabeza y debería entonces considerar la posibilidad de hacerse tatuar por un hombre? ¿Cuáles serían las nefastas influencias sobre su piel, sobre sus energías, si se tratara de una mujer con su menstruación la que procediera al acto?

Tantas preguntas sin respuestas quedaban selladas con la incertidumbre. Podía tratarse de asunto de poder. Había leído los poderes mágicos que habían acompañado a la mujer. Las plantas. Las brujas. Y su represión. Argumentos que se quedaban sin respuesta en el entorno familiar. Alguna vez había tratado de exponerlos frente alguna amiga de su madre, peluquera, quien, sabiendo las consecuencias inefables de la menstruación en su trabajo, la aceptaba como una suerte de fatalidad para sus clientas. Además – había agregado – a tus 14 años estas apenas al inicio del camino. Te falta tanto por aprender!

Cuatro años después Sabina no había podido encontrar una respuesta precisa. Ni la continuación de ese camino. Había leído sobre la magia, sobre la sangre, sobre el poder. Y en algún momento había propuesto a su madre conjugar ese hechizo con la Ruda. La planta mágica. La de todas las respuestas. Su madre había murmurado un inaudible hmmm, lejos de toda neutralidad y cargado de escepticismo que se exteriorizó cuando quiso completar su frase: Podría ser, pero es mejor no hacerlo. Lo cual sonó como el típico Bartleby : I would prefer not to

I would prefer not to…se había convertido en su frase preferida. Para éstos días de circulaciones truncadas. Su sangre. El conjuro había hecho efecto.  Lo había presentido aún antes de que empezara la primera menstruación. Se la imaginó dolorosa. No había predicho la pesadez, sin embargo. La única que se le venía a la cabeza y al espíritu. Cuando el joven se le acercó para anunciarle que estaba disponible, tuvo la sensación de levantarse de la silla con un mundo sobre sus espaldas. Como Atlas. Claro que sería más exacto decir sobre su vientre. La imagen de Prometeo encadenado se ajustaba mejor a su estado de ánimo – pensó. Avanzó tímidamente y ocupó su lugar con un entusiasmo menguado.

- ¿Qué quieres para el día de hoy preciosa? -dijo el joven, con un tono dulce. Perfecto para la ocasión.

- Corte en capas y el flequillo – esbozó suavemente Sabina, dejándose arrullar por las palabras.

Se concedió ese momento de placer y se entregó a las suaves caricias con el que el joven se entregaba a su trabajo. Estaba lista para una noche de inspiración, de comunicación personal pero le fue propuesto, a cambio, una noche de copas, una noche loca…

Se armó de poder, de entusiasmo, de dos naproxenos para el dolor combinados con la codeína, para ignorarlo y de una dosis más grande de motivación y se dispuso a seguir a Clarisse.

Clarisse había previsto todo. Junto con sus dos compañeras de apartamento habían decorado la sala el día anterior. Aunque le gustaba el ambiente, Sabina seguía convencida que el ritual festivo no era el que mejor le convenía en éste momento. Le fascinaba la libertad que se respiraba en el lugar. Envidiaba que Clarisse hubiese venido de otra ciudad para hacer estudios en la capital. Eso justificaba el privilegio de vivir con amigas. Sola. Sin el protocolo de las autorizaciones para cada acto de su vida social o de su vida íntima…

Al son de mujer divina de Cheo Feliciano, Sabina se impregnó de las atmosferas de músicas cercanas. El gusto del aguardiente y el efecto que produjo en su vientre le pareció más eficaz que todos los naproxenos que había ingerido hacía dos horas. Al fin y al cabo no era la única mujer con la menstruación. Era algo normal. Se lo habían repetido. Debía repetírselo para creerlo. Aunque presentía que el conjuro ya se había producido. Demasiado tarde…

 

 

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