Ella decidió que podía cumplir ese sueño que siempre le había parecido inaccesible. Simplemente no lo pensó, solo lo soñó y pensó que podía realizarlo. Pasar del otro lado del océano y construirse una vida, sin deudas ni compensaciones. No amasó fortuna pero siempre contó con la Fortuna y la Buena Estrella. Se dejó convencer por ese sueño, decidió de su suerte, o pensó que lo hacía y se encaminó hacia su libertad, se liberó de su antigua libertad concedida a cuenta gotas. Se olvidó de sus deudas, de las simbólicas, ineluctables, indecibles, pero al fin y al cabo presentes, se olvidó que provenía de una familia de clase media, obvió los pequeños detalles, obvió que la familia en su tradición significaba “amor ligado al lugar”. A un solo lugar. Amor sedentario al fin de cuentas. Estar todos en el mismo lugar. Obvió que la tradición y el amor de familia proscribía una ausencia total y sin sustitutos. Olvidó compensarla con prosperidad económica, o con otra familia, fiel reflejo de la que había dejado, o con sacrificio, ideal analgésico para curar la infamia que había provocado. Simplemente pretendió que era inexistente en ese mundo. Que no tenía nada que cumplir en ese mundo. Ninguna promesa que fuera en contra de su deseo. No era cuestión de culpas, y sin embargo ella estaba allí. Siempre presente en esas sociedades latinoamericanas que vilipendian tanto a la madre, a la diosa, y que mueren por la falta de ellas. El mal del olvido, le decían; el mal de olvido ya no lo recordaba.
Viajó y se pobló y se despobló de sueños y de prejuicios y de ilusiones. Aprendió a volar y a caer y a sentir el leve peso de su cuerpo, libre de las ataduras de otros tiempos. Creyó que tenía alas. Vivió el amor de otra manera con todo el drama de una niña que se pierde por primera vez en el bosque, admirando la belleza de cada árbol y temiendo el poder de cada árbol, toda su culpa en esa pérdida. Le asignó más poder a la belleza de ese instante bañado en hongos de todos los colores que a la aventura de una vida detrás de una sola piel, lo cual de otra parte correspondía muy bien a su temperamento géminis que siempre vio como ineluctable. Sintió que podía liberarse de eso. Dejar de ver todos los espejos- retratos -relatos al mismo tiempo y simplemente pasar al otro lado. Espejo tiempo de un rostro que se había detenido. Con humildad y con orgullo también. Imperceptible como las aguas, sutil y sin ruido, pero produciendo estragos. Como una noche de luna llena, tranquila, deja levemente anunciar que ya está allí.
Su padre enfermó de tristeza, no pudo soportar la ausencia, la de ella, la de la otra que había partido y la de muchas otras que también lo habían dejado, pero sobretodo su propia ausencia, mediada por la culpa, muro enorme construido con tanto de ideología. Culpa por lo que pudo haber sido, por lo que pudo haber hecho, por lo que no pudo haber sido. Súbitamente, se enfrentó a lo injustificable: el vacío, la ausencia. Echó mano de sus raíces, se apoyó en sus creencias, quiso también poder escaparse. Sin éxito. Quedó irremediablemente atrapado en eso que había construido muchos años antes. Entre el amor y el orgullo, como personaje de Poe, su corazón latiendo más fuerte, hizo que se volviera egoísta. Todo. El corazón, la idea, la palabra. Quiso retenerla, a ella, a la palabra que le había sido dada, donada, ofrecida. Era su único tesoro. Ella. Esa promesa implícita. Su generosidad se convirtió en ruego, en súplica tácita. Hizo un llamado a todas las potencias, necesitaba un nuevo bastón, sólo para tenerse, para ver el Norte, a donde ella había partido, para no perder el sentido, los sentidos. Ningún otro amor le era indispensable, sólo el de la ausente, las ausentes. El de los hombres ya no era posible. Sociedad patriarcal que se olvidó de ese amor de padre. Que lo reduce, que lo ciega, que lo aniquila… por asfixia, por saturación, mucha saturación.
Ella sucumbió al delirio de la elección. No tuvo opción y por eso agradeció las que le habían sido acordadas. Las rechazó todas sin embargo y se quedó con lo único que le quedaba: lo que había construido del otro lado del mundo. Con el otro mundo. Sin ninguna economía y derrochando vida. De todas maneras ya no podía ser de otra manera. Tenía al tiempo a su favor, o a su espalda o en su contra. El tiempo que dio cuenta de su padre, sometiéndolo al silencio y al desarraigo y a la melancolía. Paradójicamente ella descubrió sus raíces en la distancia. Paradójicamente se dio cuenta de que era un árbol. No era ya cuestión de tiempo y aún con el último suspiro de la noche, pensó que le era permitido hacerlo.